MANASLU

A

lrededor del año 97, consciente de mi pasión por el montañismo, mi padre me llevó a la primera exposición de fotos de #IvánVallejo sobre el #Himalaya. Recuerdo que su audiovisual me cautivó por completo, como supongo le sucedió a la mayoría de gente que asistió. Sin embargo, yo sentí que había algo más fuerte, como cuando logras sintonizar una frecuencia en la radio y de pronto del ruido pasas a la melodía.

No se si fue el destino, suerte o el camino que yo mismo he ido buscando que me han hecho llegar a Katmandú. De lo que si estaba segura es que la vida me había dado un regalo grande: estaba ahí a punto de intentar mi primer ocho mil y esto, en gran parte, gracias a la generosidad del Ivancito (Iván Vallejo), una de las personas que afianzó mi pasión por la montaña en mi adolescencia.

Esta expedición, parte del proyecto ‘’Somos Ecuador en las montañas del mundo’’, estuvo conformada por Iván Vallejo, #EstebanMena (Topo), Oswaldo Freire (Ossy) y yo. Duró aproximadamente un mes y medio, entre agosto y octubre del 2012, y la realizamos al Mansalú 8.164m. El propósito fue alcanzar la cumbre de una montaña de más de ochomil metros, sin el uso de oxígeno suplementario ni la ayuda de sherpas de altura. Esta ascensión fue parte del proceso de preparación del equipo, cuyo objetivo, a largo plazo, es abrir una nueva ruta en un ochomil.

Llegamos a Katmandú el 1 de septiembre. Entre el ruido y el desorden que envolvía la ciudad y el modo zen de la gente —una mezcla extraña de hecho—, preparamos las últimas tareas de la expedición. El cuatro entramos en helicóptero a Samgaon, a 3.400 m, el último pueblo antes de ascender a la montaña. De aquí en adelante, hasta más o menos el 16 de septiembre, nuestro trabajo consistía en montar los cinco campamentos que nos permitirían aclimatar adecuadamente antes de intentar la cima. Así que tranquilamente fuimos armando cada campamento. El primero fue el CB (campo base) o campo base que como su nombre lo indica nos sirve como una base de descanso, con carpas cómodas, agua y buena comida. Este se encuentra a 4.800 m, equivalente a la altura del refugio del Cotopaxi.

La instalación de los campamentos C1 (campo 1 a 5800 metros), C2 (campo 2 a 6350 m.) y C3 (campo 3 a 7000 m.) los realizamos en modo expedición, A los pocos días de haber armado nuestros 3 campamentos el clima se cerró y nevó aproximadamente un metro y medio de nieve, pero el 20 de septiembre del 2012 el sol brillaba y decidimos subir. El paisaje había cambiado por completo y abrir huella era una odisea. Discutimos sobre las condiciones y pensamos que lo mejor era bajar. Mientras bajábamos nos encontramos con numerosas cordadas que subían y nos preguntaban las razones por las que íbamos de regreso. Entre sonrisas y camaradería exponíamos nuestras razones, les deseábamos suerte y proseguíamos nuestro camino. Nunca nos imaginamos que a muchos de ellos nunca más volveríamos a ver.

La espera con buen clima en el CB se me hizo eterna. No puedo negar que al ver con los binoculares desde el CB como la gente iba instalando sus carpas en el C2 y luego en el C3, me hacía pensar que habíamos tomado la decisión equivocada. Pero el tiempo pasó y llego el día que habíamos planeado subir.

Dormíamos placenteramente cuando, a las seis de la mañana, empezó un fuerte ajetreo en el CB. Uno de los italianos que compartía los servicios de campo base con nosotros gritó: ¡Ossy, Ossy! Al no escuchar respuesta de su parte, salí de mi carpa y le pregunté, qué deseaba. Me dijo: -¡Avalancha. No hay más campo tres. Se ha llevado todo!

Alce a ver y en efecto ese pequeño hilo de carpas que veíamos la tarde anterior había desaparecido. La noticia fue devastadora: una avalancha de enormes proporciones había arrasado con el campo tres y parte del campo dos, matando a trece personas y dejando muchos heridos. Ese mismo día se armó un rescate. Cinco helicópteros fueron enviados desde Katmandú para evacuar heridos y cuerpos. En medio de la operación tuvimos muchos sentimientos encontrados, tristeza, euforia, desesperación, impotencia e incertidumbre. Aún teníamos que tomar muchas decisiones importantes…

Pese al cruce de emociones y ansiedad después de la terrible avalancha, teníamos que actuar y decidir. Iván Vallejo es el líder del equipo y, como tal, nos dio el tiempo y el espacio para reflexionar sobre la decisión que tomaríamos: regresar a la casa, como hicieron muchas otras expediciones o seguir intentando la cima.
Yo por mi lado quería seguir. La vida es corta, fugaz y hay que vivirla ahora. Además sentía que continuar era una forma de dar sentido al esfuerzo y cariño que esas personas dejaron en esa montaña. No sé las razones que motivaron a mis compañeros a seguir. No es fácil decidir algo así. Pero sentíamos que lo mejor era seguir.
El 25 de septiembre del 2012 empezamos nuestro ascenso, primero al C1 y al día siguiente al C3. Durante el ascenso pasamos por lo que fue el C2 y C3 y parte de la avalancha. Yo caminaba ensimismada y pensativa. Era difícil asimilar todo lo que había sucedido. Había cientos de cosas regadas y semienterradas por toda la montaña. Cosas que estaban ahí, tiradas, sin dueño. Su dueño se había ido, en el mejor de los casos herido, posiblemente había muerto. Pensaba en ese ilógico apego que tenemos por las cosas. Tantas cosas por las que a veces nos estresamos, peleamos, lloramos y hasta llegamos a dañar la vida de otras personas por tenerlas, por llenarnos de ellas.
Sin embargo, ahí íbamos nosotros, paradójicamente a buscar nuestras cosas en el C3, cosas que necesitábamos para intentar la cima. A medida que subíamos y nos acercábamos a nuestro campamento, nos dimos cuenta de la cruda realidad: la avalancha había sido gigantesca; tal era su magnitud que cualquier persona que se encontrase entre 6.300 m y 7.400 m en ese flanco de la montaña, la noche del alud, hubiera sido alcanzada por ésta. Nuestro campamento ni qué hablar: toneladas de nieve y hielo se encontraban en su lugar. A pesar de todo, no perdimos la esperanza y creímos que cavando un poco en el punto GPS donde se encontraba la carpa, tal vez podríamos recuperar algo. Cavamos y cavamos durante horas a casi 7.000 m de altura. Agotados física y psicológicamente, avisamos a Iván por radio que habíamos perdido todo y que íbamos de regreso al campo base. Nuestro intento de cumbre quedo en eso. Una lección más de humildad que nos daba la montaña.

Mis compañeros y yo bajábamos en silencio, un silencio que hablaba. Estábamos desilusionados, tristes y agotados. Iván trataba de animarnos por la radio contándonos que años atrás él había pasado por lo mismo y que, además, en el campo base, la gente se había ofrecido a prestarnos su equipo de altura si deseábamos volverá intentar la cumbre. Pese a las palabras de aliento de Iván, la generosidad de la gente y tantas cosas positivas, yo seguía desconcertada. Pensaba en todo lo que nos tocaba volver a subir; correr nuevamente el riesgo de cruzar las grietas y pasar bajo los seracs; y, lo peor de todo, cargar nuevamente todo el equipo en mochilas pesadas, como si recién acabásemos de llegar a la montaña. Todo el trabajo que habíamos hecho en las últimas semanas había desaparecido. No teníamos C2, no teníamos C3 y habíamos perdido nuestro equipo de altura.

Llegamos al CB en la noche y sin nada que decir nos fuimos a descansar. Antes de dormir, abrí mi diario y quise escribir un par de palabras, pero no salió nada.

Fui a la primera página que escribí, y leí lo siguiente: ¨Acabamos de aterrizar en Katmandú. Por primera vez entre tantos viajes y expediciones, siento mucha libertad. Es extraño pensar que me ha tomado casi 30 años el no tener miedo del resultado de un nuevo objetivo. Generalmente la gente tiende a sintetizar el resultado de un objetivo en dos cosas: el logro o la derrota. Y no nos damos cuenta que tanto el uno como el otro pueden llevarnos por caminos de la vida que nos enriquecen y equilibran. No importa cuanto entrené, cuan sano comí, cuanta terapia haya hecho. Estoy aquí y sé que mi corazón, mi cabeza, mi fuego y la chispa divina que ilumina mi vida están listos. No importa cual sea el camino o el desenlace, tengo fé. Sea lo que sea que me espera es parte de mi camino, un camino que siempre será mejor¨. Cerré el diario, apagué la luz y dije: gracias montañas por todo lo que nos enseñan. Todo lo que había sucedido era parte de mi camino.

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Al siguiente día me levante temprano y de buen ánimo, la gente estaba ahí para prestarnos el equipo. Iván con sus palabras mágicas y yo con ganas de seguir mi camino. Nuevamente decidimos subir.
Era el 28 de septiembre del 2012, el fin de la ventana de buen clima parecía acercarse y, sin descansar lo suficiente, armamos el plan y le dimos para arriba. Todo salió como planeado y efectivamente el 30 de septiembre del 2012, a las 2h30 de la madrugada, salimos desde el C4 (7.400 m) a la cumbre. Fuimos subiendo uno a uno a la cima. Aunque iba despacito y veía como las expediciones comerciales se iban acercando, estaba feliz y tranquila. Estaba tan feliz de ser parte de un equipo y compartir esos momentos tan fuertes con gente que aprecio y admiro. Estaba feliz de ver que, entre tanta gente que subía, era una de las pocas que había decidido subir sin oxígeno suplementario. Pensaba que, aunque respeto mucho el camino que cada persona escoge en su vida y sé que cada uno tiene su razón de ser, a mi me gusta el juego limpio. No por un tema moral, sino porque, de verdad, quería subir esa montaña sirviéndome de mis propios medios y probando mis limites. ¡Qué importa ser la primera! Y más aún, ¡que importa ser la primera si lo haces dopándote!
A las 8h00 de la mañana llegué a la base de la arista somital. Ahí estaba Oswaldo y unas cinco personas más. Entre el llanto y la falta de oxígeno llegué a la soñada cima y por una cuestión del mero azar me convertí en la primera mujer ecuatoriana en la cima de una montaña de más de ocho mil metros. Estaba muy feliz y agradecida con la vida, mi familia, mi papi, el Topo, el Ivancito y la gente que me aprecia.
Nuestro plan era bajar lo que más pudiéramos, así que desarmamos el C4 y los tres empezamos a descender. A las 21h00 llegamos al campo base, a comer rico y dormir.
El 2 de octubre del 2012 empezamos nuestra caminata de salida desde el campo base hasta Dharapani. Nos tomó cinco días y, luego, dos días más de maltrato en jeep por carreteras peligrosas hasta Katmandú. Esta caminata de salida fue la verdadera cereza en el pastel: paisajes extraordinarios, gente hermosa y espiritual, tiempo para pensar en todo y reflexionar sobre el futuro. Realmente me transporté a otra dimensión.

 

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